La población mundial superará los 9.000 millones de habitantes en 2050. Para dar cuenta de esa demanda, la oferta de alimentos deberá aumentar al menos un 70%. El desafío es grande: en la actualidad, en un planeta con 7.600 millones de habitantes, 1.000 millones de personas padecen hambre.

El Global Yield Gap and Water Productivity Atlas, un proyecto de la University of Nebraska con colaboración internacional, se orienta a los productores y a los gobiernos para aumentar la productividad agrícola (imagen: divulgación)
El Global Yield Gap and Water Productivity Atlas, un proyecto de la University of Nebraska con colaboración internacional, se orienta a los productores y a los gobiernos para aumentar la productividad agrícola (imagen: divulgación)

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la situación es peor en los países menos desarrollados, donde se concentrará la mayor parte del crecimiento poblacional. En esas regiones, el aumento de los precios de los alimentos tiene un impacto mayor aún, pues se trata de poblaciones que gastan entre el 50% y el 80% de su presupuesto en su alimentación.

La expansión de la urbanización y la mejora de la economía de los países más pobres son otros factores que demandan una mayor oferta de alimentos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la producción anual de cereales deberá incrementarse más de un 40% durante los próximos 30 años. La consecuencia de esto es que la escasez de alimentos se convierte en un problema para todos os países, tanto pobres como ricos, tal como destacan los expertos en el tema.

“Debemos ser capaces de suministrar respuestas confiables respecto a temas fundamentales en lo que hace a la seguridad alimentaria, a saber: ¿cuál es el potencial de producción de alimentos para una región o un país en el área cultivable existente y con los recursos disponibles de agua, en caso de que los agricultores implementen las mejores prácticas de gestión?”, ejemplificó Patricio Grassini, profesor de Agronomía de la University of Nebraska-Lincoln, durante la FAPESP Week Nebraska-Texas, que reúne a científicos de Estados Unidos y de Brasil hasta el 22 de septiembre en las ciudades de Lincoln (Nebraska) y Lubbock (Texas).

“¿Será posible que un determinado país se vuelva autosuficiente en la producción de alimentos en 2030 o en 2050? En caso afirmativo, ¿tendrá una producción excedente para exportar? ¿En qué volumen? Y un país con un área cultivable insuficiente, ¿qué cantidad de alimentos deberá importar? Estos son otros ejemplos de temas importantes que debemos abordar y que nos llevaron a crear el Global Yield Gap and Water Productivity Atlas [GYGA]”, prosiguió.

Nacido en Argentina, Grassini es uno de los coordinadores de esta plataforma gratuita disponible en internet cuyo objetivo es ayudar a los países a mejorar la productividad agrícola para lograr una mayor oferta de alimentos a un menor costo.

“El GYGA se vale de un abordaje consistente, transparente y reproducible para determinar el potencial de productividad, las lagunas de productividad y el uso del agua. Suministramos datos georreferenciados y robustos agronómicamente, que puede aplicarlos todo el mundo. Simulamos el potencial de productividad para lugares específicos con base en el empleo de modelos basados en datos validados sobre el clima, el suelo y la gestión de las áreas cultivadas”, dijo.

Una laguna de productividad (“yield gap”) es el potencial desperdiciado en una determinada región, es decir, aquello que dicha región podría producir pero no produce, en comparación con otras regiones similares. Un ejemplo de ello lo constituye la adopción de modernas tecnologías de cultivo, que hace que países de América del Norte y de Europa produzcan más y mejor que otros de África.

“El potencial de productividad es un reto que se vencerá únicamente mediante la intensificación sostenible de los sistemas agrarios, de manera tal que cada hectárea de una zona cultivada produzca cerca de su potencial, al tiempo que se minimiza el impacto ambiental”, dijo Grassini.

El GYGA ayuda a detectar regiones que tienen mayor potencial para el aumento de la productividad agrícola. Es decir, áreas más indicadas para invertir en la producción y en la investigación y el desarrollo de alimentos. Los datos de la plataforma pueden utilizarse en simulaciones destinadas a calcular cómo y cuándo un país podrá lograr su seguridad alimentaria mediante la intensificación de su producción agrícola o, en caso de eso no sea posible, qué cantidad de alimentos necesitará importar.

La seguridad alimentaria, tal como la definió el World Food Summit en 1996, existe cuando “todas las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, seguros y nutritivos como para atender sus necesidades alimenticias para llevar una vida sana y productiva”.

El GYGA viene siendo desarrollado desde 2011. Reúne datos sobre cultivos de soja, papa, caña de azúcar, maíz y otros cereales de más de 50 países. Se destina a productores, gobiernos y tomadores de decisiones, y permite identificar regiones con mayor potencial para mejorar tanto la oferta de alimentos como la eficiencia en el uso del agua. También apunta a ofrecer datos para la elaboración de modelos económicos globales relacionados con la seguridad alimentaria y el uso de la tierra.

“El potencial de productividad se determina teniendo en cuenta factores tales como la luz solar, la temperatura, el dióxido de carbono y los tipos de cultivos, de lluvias y de suelos. Y se restringe según apartados tales como la baja fertilidad del suelo, la mala gestión, insectos, plagas y enfermedades”, dijo.

El atlas, según Grassini, también aporta elementos con miras a priorizar inversiones en investigación y para evaluar el impacto de los cambios climáticos globales y de otros temas relacionados con el agua, los alimentos y el clima.

El enfoque inicial recae sobre el África Subsahariana (contemplando los siguientes países: Burkina Faso, Ghana, Mali, Níger, Nigeria, Etiopía, Kenia, Tanzania, Uganda y Zambia), Medio Oriente (Marruecos, Túnez y Jordania), el sur de Asia (la India y Bangladesh), Sudamérica (Argentina y Brasil), Australia, Europa y Estados Unidos.

“En Brasil contamos con la ayuda de diversos colaboradores, coordinados por Fábio Ricardo Marin [docente de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz, de la Universidade de São Paulo]”, dijo Grassini.

El potencial de Brasil

Brasil es un país con una productividad elevada. Durante los últimos 30 años, por ejemplo, el área plantada con granos se expandió un 42%, pero el incremento de productividad fue mucho mayor, superior al 220%.

La productividad brasileña en la producción de soja, de acuerdo con el GYGA, es de 2,8 toneladas por hectárea (t/ha), igual a la de Estados Unidos. Pero en el cultivo de maíz, la diferencia es grande: 9,4 t/ha en Estados Unidos ante 4,5 t/ha en Brasil.

En los datos sobre Brasil, el atlas destaca que tan sólo un 3% del área cultivada es arrendada, que la soja es el principal cultivo (con el 42% del área cultivada) y que en varios lugares (en los estados de Mato Grosso, Mato Grosso do Sul, Tocantins, Goiás y Paraná), los productores logran hacer dos cosechas por año.

“Con relación a la caña de azúcar, la producción brasileña se duplicó con creces entre 2000 y 2013: más del 88% de dicho aumento deriva de la expansión del área de producción y tan sólo el 12% proviene del aumento de la productividad”, dijo Grassini.

De acuerdo con datos disponibles en el GYGA, la productividad media del cultivo de caña de azúcar en Brasil es actualmente del 62% del potencial de productividad. Es decir que el potencial de crecimiento es muy grande con esa misma área cultivada actualmente.

La seguridad hídrica

El GYGA también aborda otro tema fundamental para la seguridad alimentaria, que es el uso del agua. La agricultura es la actividad que más agua emplea. Alrededor del 70% de toda el agua apropiada para el uso humano se emplea o se empleará para la irrigación de cultivos agrícolas. Se utilizan alrededor de 3.500 litros de agua para producir un kilo de arroz, y 15 mil litros para producir un kilo de carne vacuna.

Por ahora, según la ONU, hay agua suficiente como para abastecer las necesidades futuras de la humanidad, pero el cuadro en el mundo se muestra desigual. Muchas y enormes regiones sufren una carencia absoluta de agua, y éste es un escenario que afecta a miles de millones de personas, que en gran medida viven en condiciones precarias.

“Se hacen necesarios grandes cambios en política y en gestión en toda la cadena productiva agrícola, a los efectos de asegurar una mejor utilización de los recursos hídricos disponibles, de manera tal de atender las crecientes demandas de alimentos y de otros productos agrícolas”, destaca la ONU.

“Los recursos hídricos para la agricultura se encuentran bajo presión. La eficiencia de la conversión del agua en alimentos, es decir, la productividad del agua, es otra cuestión crítica”, dijo Grassini.

El GYGA remarca que Brasil tiene un clima favorable para la producción agrícola con relación a su régimen de lluvias, con índices anuales de precipitaciones que varían de 700 milímetros (en el nordeste) a 2.100 milímetros (en el sur, el sudeste y el centro-oeste). Tan sólo el 9% del área total cultivada en el país corresponde a un área únicamente irrigada.

Pese a los períodos de sequía comunes en muchas zonas, la situación de Brasil es mucho mejor que la de países como Níger, que tiene una gran variabilidad pluviométrica, con grandes períodos de tiempo de sequía. El país africano tiene una superficie de 1.200.000 kilómetros cuadrados, pero con dos tercios de áreas desérticas.

A la disponibilidad irregular de agua se le suman la creciente infertilidad del suelo y la baja productividad de la agricultura en ese país africano, basada en pequeñas propiedades y con escaso uso de tecnología. La productividad de Níger en el cultivo de maíz, por ejemplo, es de tan sólo una tonelada por hectárea, nueve veces menor que la de Estados Unidos.

Se estima que si el África Subsahariana tuviese la misma productividad agrícola que Brasil, necesitaría una área cultivada un 65% menor. Ésta es una de las lagunas de productividad que los responsables del Global Yield Gap and Water Productivity Atlas esperan ayudar a achicar.

El desarrollo del atlas cuenta con financiación de la Bill & Melinda Gates Foundation, del Robert B. Daugherty Water for Food Institute en la University of Nebraska, de la United States Agency for International Development y de la Wageningen University (Holanda).

Puede obtenerse más información en Global Yield Gap and Water Productivity Atlas, en la siguiente dirección: www.yieldgap.org.

Fuente: FAPESP